Vuelta al cole: la primera
crónica que escribo de la segunda temporada de Micro Abierto Salamanca (MAS). Un año más tenemos el firme,
saludable, mágico y tierno propósito de reunirnos la noche de cada lunes en El Savor para hacerle un poético jaque
mate a la rutina.
Del rotundo “Esto continúa,
amigos” que escribimos entre todos el lunes
17 de septiembre en la edición 45
de MAS ya dio buena cuenta Andrés Sudón, una de las personas, sin
duda, más importantes y emblemáticas de esta aventura lunática que empezamos
unos pocos hace algunos años en la perdida Sala
Alquimista: de la semilla que allí se sembró nació esta planta que debemos seguir
cuidando entre todos como un necesario pulmón para esta ciudad. A quien acabe de llegar a esta
preciosa casa, le remito a la concienzuda crónica que Andrés escribió de MAS (44):
en ella está contenida la esencia de lo que pretendemos, de lo que nos gusta,
de lo que buscamos, de lo que queremos que seas partícipe. Tanto empeño puso en
transmitir el mensaje claro que guarda su texto que, tal vez, le plagie parte
del mismo para relatar parte de lo sucedido en MAS (46), que es el objeto de esta crónica y que, con estas
palabras, queda ya largamente introducido.
Miguel Pérez es un poeta recién llegado al escenario de MAS. Tuvieron que pasar bastantes
ediciones hasta que se animó a hacerse con el micrófono para hacernos disfrutar
de su poesía: sencilla, que no simple; bella y entrañable, que no cursi. Es un
gran observador de lo cotidiano, con una enorme capacidad para transformarlo en
poesía. Es una especie de marea baja que, en sus idas y venidas, va dejando pequeños
restos de una realidad al alcance de todos pero que a veces pasa inadvertida;
al mirar a la arena, acabas por darle la razón: “Efectivamente, eso también
está ahí”. El texto que compartió con nosotros en MAS (46), “¿Y qué tal lo demás?”, tiene esto, además de un sutil
humor que hace que pases, de un verso a otro, de una cierta melancolía a una
sonrisa certera. No me parece oportuno decir de qué va el texto, porque Miguel Pérez es de esos poetas a los
que les gusta contextualizar lo que van a recitar antes de hacerlo, y esa
introducción forma parte del espectáculo que ofrece. Creo que va a ser una de
las voces que nos sorprendan (que nos sigan sorprendiendo) muy gratamente en
esta temporada. Le seguiremos la pista y el verso.
Reconozco que a la siguiente
participante la lié yo misma para que leyera algo. Había ido sólo como
espectadora, pero no había estado tampoco en MAS (45) y yo tenía ganas de escucharla. Estamos de encuentros y
reencuentros, es momento de ver qué ha dejado el verano en nuestras mochilas, y
quería saber en qué lecturas estaba enfrascada la espiritual Luz Mercedes Orrego. Para mí la palabra
que la define es armonía, y desde
ella parece que busca la forma de idear un zigurat poético para alcanzar las
esferas celestes sin mover los pies de la tierra. Dado que la abordé y casi la
subí al escenario, recurrió al libro que la acompañaba, Regreso al cielo —sinceramente, acabo de caer en la cuenta del
sentido que tiene lo que he escrito inmediatamente antes—, de Chon Sangbyong, y de
él nos dejó dos poemas volando “Flor de crisantemo” y “Nube”.

Si Luz es calma y luz, no es casual que leyera justo antes de que
presentara a Ricardo Llopico. Era la
tercera vez que se subía a un escenario para compartir sus canciones —tan
secretas, tan bonitas— con lo que se suele llamar público. Él era todo nervio, y yo, puro nervio, no tenía muy claro
cómo presentarlo y acabé poniéndome nerviosa yo. En medio de esta neurosis
simbiótica, opté por dejar que fuera él mismo quien se presentara y que el
susodicho público se emocionara —como yo hice cuando lo escuché la primera vez
(en MAS, su segunda vez en un
escenario)— o no con lo que él mostrara. Material para conmover tiene: sus
letras y su música son sólo una tenue pincelada del talento y de la
sensibilidad de este polifacético hombre: él sabe que es artista plástico y
vitralista; no sé si sabe que es cantautor, pero nosotros lo tuvimos claro
cuando escuchamos “Esta canción” y “La casa marina”. Sus nervios sólo hablan de
la humildad, de la necesaria “angustia de la duda” que también debe sentir todo
artista que quiere hacerlo bien, transmitir y conmover (todo esto sin ser
arrogante) con la forma que da a la materia con la que trabaja: sus emociones. Ricardo se desnudó sobradamente y así,
sin máscaras, los nervios no impidieron que nosotros también lo hiciéramos (“de
alguna manera”) al escuchar su música. Lástima que viva en Barcelona... y que
no lo tengamos más en MAS.
Porque Andrea Mazas no desnudó su admiración a la hora de presentar a Llopico, la castigué y la subí al
escenario de las orejas para que leyera dos textos recuperados de su baúl de
textos “de vete tú a saber cuándo escribí yo esto”, en concreto “Lo efímero del
placer” y “Dentro de mí hay una cursi”: mismo tema, distinto registro. Como sigo
un poco mosca (y porque resulta complicado hablar de un participante cuando es
el mismo que escribe la crónica), no me extenderé hablando de ella en esta
crónica.
Carlos Peña fue breve pero intenso, como muchas de las cosas que
después se construyen una vivienda residencial en nuestra memoria. Tal vez el
texto no se titule “Sabed, bastardos”, pero sí refleja muy bien el tono con que
Carlos leyó, la rabia con que estrujó el micrófono y el aplauso con que el público
se puso de su parte, sin lugar a dudas. En mi cuaderno, lo último que escribí
sobre su actuación es: “Se queda a gustito”.
Momento de estirarnos mentalmente con música. El dúo A Hundred Fires in a Jar (o “a jandrez faiers in a yar”, algo también apuntado en mi cuaderno) quiso ganarse al público —tal vez con la intención de cambiar el ánimo que Carlos le había infundido— con una chispita de humor. Esto duró poco: zapatero, a tus zapatos. Después de anunciar el concierto que la noche en que se publica esta crónica darán, están dando o acaban de dar en El Savor, interpretaron dos temas de repertorio: “Pura” y “Sunday Afternoon” (título provisional), dos baladas pop-rock (definición aportada por Judith Amaya). De la segunda nos explicaron que es una canción “escrita uno de esos domingos en que se echa de menos a una novia”. Quizá los que vayáis a su concierto, estéis en él o hayáis ido a escucharlos podáis darnos más pistas sobre la novia a la que echan de menos... Es curioso que en conciertos y recitales se pueda conocer tanto a los ex de los demás...
Antes de que pudiera dar paso al
siguiente participante, Manuel Pablo me
interrumpió para cantar “Cumpleaños feliz” a su amiga. Por su gesto, deduzco
que además de un gran pianista, es un gran puntual (pasaban pocos minutos de
las doce). Intenté seguir con mi lista de intervenciones. Tampoco pude: ahora
me interrumpió Salva para pedirme
que yo le cantara el “Cumpleaños feliz” a la amiga de Manuel Pablo. A mí, algo que no creo que resulte sorprendente, no
me costó payasear a Marilyn... Nada más que decir sobre este bochornoso
momento, después del cual pude (¡por fin!) presentar a Bea (que no Beatriz). De
su libreta-diario salieron “Evolución” y “Personas”. Con el primero dejó más
que claro que la soledad puede ser un precioso estado de gracia incompartible,
pero la fría gallega que no es fue abatida por su temperamento y, entre tanto
“no quiero, no quiero, no quiero y no necesito”, a mí me llegó algún “no me
hagas mucho caso siempre” que discutimos brevemente en el descanso de MAS (46).
Antes de ese descanso y de ese
corto debate, disfrutamos de dos músicos que ya conocían las delicias de MAS y que aportaron su granito de arena
en las primeras temporadas de este formato para que hoy sea lo que es. Geoff e Ion, francés y navarro, sólo
necesitaron sus guitarras acústicas para darnos un billete de ida y vuelta al
calor de la Sala Alquimista. En la
primera de las versiones que ofrecieron, la voz la puso Geoff, en inglés, que
dio el relevo a Ion, que lo tomó en
castellano. Desconozco los títulos de las canciones. No obstante, de algunas
actuaciones, más que de su propio contenido, me quedo con la forma de estar en
el escenario de las personas que las ejecutan: Geoff e Ion me transmitieron, sobre todo, la sencillez y la
inocencia con que se alían a la música como a una íntima y vieja amiga.
Ahora sí, Manuel Pablo. Actuó más tarde de lo que él esperaba, así que, por
el rigor que le presupongo cuando se trata de horarios, le pido disculpas... El
guión de MAS se va construyendo
sobre la marcha. No obstante, mereció la pena esperar al segundo tiempo de esta
edición para escuchar con suma atención y sorpresa el texto con el que empezó
su intervención: Manuel Pablo es
alemán: que el nombre no nos lleve a engaños. Su relato, en cambio, está
escrito con gran inteligencia y gracia en un ágil castellano coloquial y en él
condensa la verborrea mental que generan los nervios de encontrarse con alguien
que nos gusta más de lo que prescribe la salud y que nos hace menos caso del
que le gustaría a nuestra ansiedad. Después del gran aplauso que se ganó, pidió
a tres voluntarios. Yo fui la voluntaria que eligió a dedo a las otras dos
personas no voluntarias. Las tres afortunadas pulsamos una tecla del piano al
azar y, con el gran tema que improvisó sobre esas notas, el sorprendente
escritor pasó a ser un prodigioso músico. ¡Olé! O ¡Toll! (creo).
Luis Somoza regresó a MAS con
la energía escénica que lo caracteriza. Lo bueno de que haya cambiado los
papeles por el móvil para leer sus poemas es que ahora podemos ver su cara sin
tener que intentar esquivar el soporte, lo que sin duda añade (si es posible)
algo más de intensidad a sus recitados. Empezó con un poema que ya habíamos
escuchado en la temporada pasada: lo sé porque es de esos de los que me guardo
algún verso para siempre (“Te has quedado dormido solo en el centro del
poema”). Continuó con otra composición propia, a la que siguió el poema
“Agonía” de Frank Winter del que
surge. Para ser más concretos, los versos de Somoza se inspiran en el último de
“Agonía”, con el que también cierra el suyo. Como la intención de Somoza era que un poeta, él, nos
hiciera ampliar nuestros horizontes poéticos, os dejo aquí el enlace al poema
origen.
Nada más llegar a El Savor, dijo que no cantaría. A los
cinco minutos se acercó a mi mesa para decirme que había cambiado de opinión.
¡Vivan los cambios de opinión si son de este tipo porque ganamos todos! Hablo
de Miriam. Puede que ella no tuviera
claro si quería o no cantar, pero yo sí sabía que lo haría. Era su primera
noche en MAS después del verano y le
habría gustado que la canción que se preparó para despedirse de nosotros la
anterior temporada la hubieran escuchado más personas. Sin duda era la noche de
quitarse la espinita: con el auditorio lleno, Miriam no dejó boquiabiertos
cuando de su boca salió una impresionante versión de Nina Simone que nos hizo sentirnos más que bien con su “Feeling
Good”. También tenía claro que sólo cantaría este tema. Yo también supe que no
sería así y, antes de presentar al siguiente participante, hice que subiera de
nuevo al escenario para satisfacer el bis que pedía el público. ¡Deseo
concedido!
Para mí resulta muy emotivo que personas a las que, además de admirar, quiero actúen en MAS. Es el caso de Óscar Rodríguez, un enorme poeta y un gran amigo —por el que siento amor, amor, amor... (quienes estuvieran en MAS (45) entenderán esta acotación—. Por él, entre otras cosas, yo un buen día decidí escribir algo... y, como ese algo me ha salvado tantas veces, creo que Óscar Rodríguez también es un ángel. En sus poemas no es habitual que se vaya por las ramas: sus sentimientos e ideas no cogen atajos, por eso es importante prestar atención a cada verso, porque cada uno encierra un micropoema. Lo bueno de esto es que, si no entiendes cada micro para que el macro tenga su efecto total, puedes quedarte enganchado a una sola línea que dispare tu pensamiento. A mí me pasa, por ejemplo, con “Aceptamos frases como ganarse la vida, cuando la vida era nuestra antes”, del poema “Están ahí”, o con “Se extiende al estilo de la peste de los rumores”, de “Presagio”, inspirado en un poema de Alfredo Pérez Alancar y con el que le rinde homenaje.
Hacía mucho que Emilio Papel no se dejaba ver por El Savor. No nos habíamos olvidado de
él, claro, pero, por si hubiera problemas de memoria, él nos la refrescó
rápidamente con su “Segundo manifiesto vegetariano” y, tan pronto como dijo el
título, rememoramos algunas de sus intervenciones y de su peculiar estilo de
declamar. Su gesto, (casi) siempre desafiante, su lenguaje, (casi) siempre mordaz,
su tono, (casi) siempre colérico, hicieron el resto. Yo, de todos modos,
necesitaría, escuchar una vez más el texto para captar la relación con el
vegetarianismo.
No sabíamos que el final de la
noche nos depararía tanta sensualidad... Al menos eso es lo que yo sentí al ver
cómo le han sentado a Judith Amaya
el verano y su isla. Nuestra mariposa silvestre presentaba la última canción
que había escrito, “How can I?” y yo no entendía nada... porque estaba prestando
más atención a su vuelo que a la letra: la rockera que la vive desprendía
sexo... Igual eran cosas mías, pero yo vi que Judith había crecido durante el
tiempo que MAS había cerrado por
vacaciones: ha vuelto más mujer y más artista. Con su segunda canción, “Chaos
is what am I”, nos despedimos. Después todos fundimos a negro y MAS bajó el telón de una entrañable e
intensa edición.
Antes de dar por terminado este
trabajo, damos las gracias a AlfombraRoja Films por abordarnos a altas horas de la madrugada del jueves pasado para decirnos
que habían tomado las preciosas fotografías que nos han cedido para ilustrar
este resumen de lo sucedido en MAS (45).
Os espero en la siguiente
crónica, la de este lunes 1 de octubre, en la que os citaré en MAS (47).
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