martes, 2 de octubre de 2012

Crónica MAS (45). 24/09/12


Vuelta al cole: la primera crónica que escribo de la segunda temporada de Micro Abierto Salamanca (MAS). Un año más tenemos el firme, saludable, mágico y tierno propósito de reunirnos la noche de cada lunes en El Savor para hacerle un poético jaque mate a la rutina.

Del rotundo “Esto continúa, amigos” que escribimos entre todos el lunes 17 de septiembre en la edición 45 de MAS ya dio buena cuenta Andrés Sudón, una de las personas, sin duda, más importantes y emblemáticas de esta aventura lunática que empezamos unos pocos hace algunos años en la perdida Sala Alquimista: de la semilla que allí se sembró nació esta planta que debemos seguir cuidando entre todos como un necesario pulmón para esta ciudad. A quien acabe de llegar a esta preciosa casa, le remito a la concienzuda crónica que Andrés escribió de MAS (44): en ella está contenida la esencia de lo que pretendemos, de lo que nos gusta, de lo que buscamos, de lo que queremos que seas partícipe. Tanto empeño puso en transmitir el mensaje claro que guarda su texto que, tal vez, le plagie parte del mismo para relatar parte de lo sucedido en MAS (46), que es el objeto de esta crónica y que, con estas palabras, queda ya largamente introducido.

Miguel Pérez es un poeta recién llegado al escenario de MAS. Tuvieron que pasar bastantes ediciones hasta que se animó a hacerse con el micrófono para hacernos disfrutar de su poesía: sencilla, que no simple; bella y entrañable, que no cursi. Es un gran observador de lo cotidiano, con una enorme capacidad para transformarlo en poesía. Es una especie de marea baja que, en sus idas y venidas, va dejando pequeños restos de una realidad al alcance de todos pero que a veces pasa inadvertida; al mirar a la arena, acabas por darle la razón: “Efectivamente, eso también está ahí”. El texto que compartió con nosotros en MAS (46), “¿Y qué tal lo demás?”, tiene esto, además de un sutil humor que hace que pases, de un verso a otro, de una cierta melancolía a una sonrisa certera. No me parece oportuno decir de qué va el texto, porque Miguel Pérez es de esos poetas a los que les gusta contextualizar lo que van a recitar antes de hacerlo, y esa introducción forma parte del espectáculo que ofrece. Creo que va a ser una de las voces que nos sorprendan (que nos sigan sorprendiendo) muy gratamente en esta temporada. Le seguiremos la pista y el verso.

Reconozco que a la siguiente participante la lié yo misma para que leyera algo. Había ido sólo como espectadora, pero no había estado tampoco en MAS (45) y yo tenía ganas de escucharla. Estamos de encuentros y reencuentros, es momento de ver qué ha dejado el verano en nuestras mochilas, y quería saber en qué lecturas estaba enfrascada la espiritual Luz Mercedes Orrego. Para mí la palabra que la define es armonía, y desde ella parece que busca la forma de idear un zigurat poético para alcanzar las esferas celestes sin mover los pies de la tierra. Dado que la abordé y casi la subí al escenario, recurrió al libro que la acompañaba, Regreso al cielo —sinceramente, acabo de caer en la cuenta del sentido que tiene lo que he escrito inmediatamente antes—, de Chon Sangbyong, y de él nos dejó dos poemas volando “Flor de crisantemo” y “Nube”.



Si Luz es calma y luz, no es casual que leyera justo antes de que presentara a Ricardo Llopico. Era la tercera vez que se subía a un escenario para compartir sus canciones —tan secretas, tan bonitas— con lo que se suele llamar público. Él era todo nervio, y yo, puro nervio, no tenía muy claro cómo presentarlo y acabé poniéndome nerviosa yo. En medio de esta neurosis simbiótica, opté por dejar que fuera él mismo quien se presentara y que el susodicho público se emocionara —como yo hice cuando lo escuché la primera vez (en MAS, su segunda vez en un escenario)— o no con lo que él mostrara. Material para conmover tiene: sus letras y su música son sólo una tenue pincelada del talento y de la sensibilidad de este polifacético hombre: él sabe que es artista plástico y vitralista; no sé si sabe que es cantautor, pero nosotros lo tuvimos claro cuando escuchamos “Esta canción” y “La casa marina”. Sus nervios sólo hablan de la humildad, de la necesaria “angustia de la duda” que también debe sentir todo artista que quiere hacerlo bien, transmitir y conmover (todo esto sin ser arrogante) con la forma que da a la materia con la que trabaja: sus emociones. Ricardo se desnudó sobradamente y así, sin máscaras, los nervios no impidieron que nosotros también lo hiciéramos (“de alguna manera”) al escuchar su música. Lástima que viva en Barcelona... y que no lo tengamos más en MAS.



Porque Andrea Mazas no desnudó su admiración a la hora de presentar a Llopico, la castigué y la subí al escenario de las orejas para que leyera dos textos recuperados de su baúl de textos “de vete tú a saber cuándo escribí yo esto”, en concreto “Lo efímero del placer” y “Dentro de mí hay una cursi”: mismo tema, distinto registro. Como sigo un poco mosca (y porque resulta complicado hablar de un participante cuando es el mismo que escribe la crónica), no me extenderé hablando de ella en esta crónica.


Carlos Peña fue breve pero intenso, como muchas de las cosas que después se construyen una vivienda residencial en nuestra memoria. Tal vez el texto no se titule “Sabed, bastardos”, pero sí refleja muy bien el tono con que Carlos leyó, la rabia con que estrujó el micrófono y el aplauso con que el público se puso de su parte, sin lugar a dudas. En mi cuaderno, lo último que escribí sobre su actuación es: “Se queda a gustito”. 



Momento de estirarnos mentalmente con música. El dúo A Hundred Fires in a Jar (o “a jandrez faiers in a yar”, algo también apuntado en mi cuaderno) quiso ganarse al público —tal vez con la intención de cambiar el ánimo que Carlos le había infundido— con una chispita de humor. Esto duró poco: zapatero, a tus zapatos. Después de anunciar el concierto que la noche en que se publica esta crónica darán, están dando o acaban de dar en El Savor, interpretaron dos temas de repertorio: “Pura” y “Sunday Afternoon” (título provisional), dos baladas pop-rock (definición aportada por Judith Amaya). De la segunda nos explicaron que es una canción “escrita uno de esos domingos en que se echa de menos a una novia”. Quizá los que vayáis a su concierto, estéis en él o hayáis ido a escucharlos podáis darnos más pistas sobre la novia a la que echan de menos... Es curioso que en conciertos y recitales se pueda conocer tanto a los ex de los demás...


Antes de que pudiera dar paso al siguiente participante, Manuel Pablo me interrumpió para cantar “Cumpleaños feliz” a su amiga. Por su gesto, deduzco que además de un gran pianista, es un gran puntual (pasaban pocos minutos de las doce). Intenté seguir con mi lista de intervenciones. Tampoco pude: ahora me interrumpió Salva para pedirme que yo le cantara el “Cumpleaños feliz” a la amiga de Manuel Pablo. A mí, algo que no creo que resulte sorprendente, no me costó payasear a Marilyn... Nada más que decir sobre este bochornoso momento, después del cual pude (¡por fin!) presentar a Bea (que no Beatriz). De su libreta-diario salieron “Evolución” y “Personas”. Con el primero dejó más que claro que la soledad puede ser un precioso estado de gracia incompartible, pero la fría gallega que no es fue abatida por su temperamento y, entre tanto “no quiero, no quiero, no quiero y no necesito”, a mí me llegó algún “no me hagas mucho caso siempre” que discutimos brevemente en el descanso de MAS (46).


Antes de ese descanso y de ese corto debate, disfrutamos de dos músicos que ya conocían las delicias de MAS y que aportaron su granito de arena en las primeras temporadas de este formato para que hoy sea lo que es. Geoff e Ion, francés y navarro, sólo necesitaron sus guitarras acústicas para darnos un billete de ida y vuelta al calor de la Sala Alquimista. En la primera de las versiones que ofrecieron, la voz la puso Geoff, en inglés, que dio el relevo a Ion, que lo tomó en castellano. Desconozco los títulos de las canciones. No obstante, de algunas actuaciones, más que de su propio contenido, me quedo con la forma de estar en el escenario de las personas que las ejecutan: Geoff e Ion me transmitieron, sobre todo, la sencillez y la inocencia con que se alían a la música como a una íntima y vieja amiga.



Ahora sí, Manuel Pablo. Actuó más tarde de lo que él esperaba, así que, por el rigor que le presupongo cuando se trata de horarios, le pido disculpas... El guión de MAS se va construyendo sobre la marcha. No obstante, mereció la pena esperar al segundo tiempo de esta edición para escuchar con suma atención y sorpresa el texto con el que empezó su intervención: Manuel Pablo es alemán: que el nombre no nos lleve a engaños. Su relato, en cambio, está escrito con gran inteligencia y gracia en un ágil castellano coloquial y en él condensa la verborrea mental que generan los nervios de encontrarse con alguien que nos gusta más de lo que prescribe la salud y que nos hace menos caso del que le gustaría a nuestra ansiedad. Después del gran aplauso que se ganó, pidió a tres voluntarios. Yo fui la voluntaria que eligió a dedo a las otras dos personas no voluntarias. Las tres afortunadas pulsamos una tecla del piano al azar y, con el gran tema que improvisó sobre esas notas, el sorprendente escritor pasó a ser un prodigioso músico. ¡Olé! O ¡Toll! (creo).


Luis Somoza regresó a MAS con la energía escénica que lo caracteriza. Lo bueno de que haya cambiado los papeles por el móvil para leer sus poemas es que ahora podemos ver su cara sin tener que intentar esquivar el soporte, lo que sin duda añade (si es posible) algo más de intensidad a sus recitados. Empezó con un poema que ya habíamos escuchado en la temporada pasada: lo sé porque es de esos de los que me guardo algún verso para siempre (“Te has quedado dormido solo en el centro del poema”). Continuó con otra composición propia, a la que siguió el poema “Agonía” de Frank Winter del que surge. Para ser más concretos, los versos de Somoza se inspiran en el último de “Agonía”, con el que también cierra el suyo. Como la intención de Somoza era que un poeta, él, nos hiciera ampliar nuestros horizontes poéticos, os dejo aquí el enlace al poema origen. 



Nada más llegar a El Savor, dijo que no cantaría. A los cinco minutos se acercó a mi mesa para decirme que había cambiado de opinión. ¡Vivan los cambios de opinión si son de este tipo porque ganamos todos! Hablo de Miriam. Puede que ella no tuviera claro si quería o no cantar, pero yo sí sabía que lo haría. Era su primera noche en MAS después del verano y le habría gustado que la canción que se preparó para despedirse de nosotros la anterior temporada la hubieran escuchado más personas. Sin duda era la noche de quitarse la espinita: con el auditorio lleno, Miriam no dejó boquiabiertos cuando de su boca salió una impresionante versión de Nina Simone que nos hizo sentirnos más que bien con su “Feeling Good”. También tenía claro que sólo cantaría este tema. Yo también supe que no sería así y, antes de presentar al siguiente participante, hice que subiera de nuevo al escenario para satisfacer el bis que pedía el público. ¡Deseo concedido! 



Para mí resulta muy emotivo que personas a las que, además de admirar, quiero actúen en MAS. Es el caso de Óscar Rodríguez, un enorme poeta y un gran amigo —por el que siento amor, amor, amor... (quienes estuvieran en MAS (45) entenderán esta acotación—. Por él, entre otras cosas, yo un buen día decidí escribir algo... y, como ese algo me ha salvado tantas veces, creo que Óscar Rodríguez también es un ángel. En sus poemas no es habitual que se vaya por las ramas: sus sentimientos e ideas no cogen atajos, por eso es importante prestar atención a cada verso, porque cada uno encierra un micropoema. Lo bueno de esto es que, si no entiendes cada micro para que el macro tenga su efecto total, puedes quedarte enganchado a una sola línea que dispare tu pensamiento. A mí me pasa, por ejemplo, con “Aceptamos frases como ganarse la vida, cuando la vida era nuestra antes”, del poema “Están ahí”, o con “Se extiende al estilo de la peste de los rumores”, de “Presagio”, inspirado en un poema de Alfredo Pérez Alancar y con el que le rinde homenaje.



Hacía mucho que Emilio Papel no se dejaba ver por El Savor. No nos habíamos olvidado de él, claro, pero, por si hubiera problemas de memoria, él nos la refrescó rápidamente con su “Segundo manifiesto vegetariano” y, tan pronto como dijo el título, rememoramos algunas de sus intervenciones y de su peculiar estilo de declamar. Su gesto, (casi) siempre desafiante, su lenguaje, (casi) siempre mordaz, su tono, (casi) siempre colérico, hicieron el resto. Yo, de todos modos, necesitaría, escuchar una vez más el texto para captar la relación con el vegetarianismo.




Que no entendiera completamente el poema de Emilio Papel tal vez se debiera a que ya era tarde y que el cansancio empieza a notarse en la atención... Así que quedaba claro que era hora de empezar a despedir esta larga y concurrida edición, como también es momento de acabar cuanto antes esta crónica. Con el siguiente participante, lo tengo fácil. La intención de Víctor Casado era presentar un “rap experimental”. Por lo que he deducido, es una traducción libre de un rap de otro “experimental”. Dado el resultado de su intervención, también es lugar para copiar a Andrés Sudón (tal como avanzaba al inicio de este largo “resumen”): “… Víctor Casado, un inteligente hombre cuya mente es capaz de asimilar, digerir y traducir ingentes cantidades de pensamientos. Su talento es evidente, también su sed de actuar, porque sabe que puede hacer y decir cosas muy interesantes. Estoy convencido de que cuando imagina cómo va a ser su intervención en MAS siente una fuerza casi profética, porque sabe verdades que los demás no manejan. Eso es ser artista o comunicador. No sabemos qué será Víctor de mayor, puede que escritor, director de cine o teatro, presentador de televisión o terrorista, no se sabe, pero se le ve que tiene algo. Ese algo es ego, sin ego no hay arte, él lo tiene grande y probablemente frágil, como Picasso. Lo que pasa es que, como aún no sabe qué es lo que hace, no hace nada de momento. Sube al escenario con su guión emocionalmente aprendido y lo intenta soltar con la magia con la que lo imaginó, después se decepciona por la reacción del público. Quiero pedirle a Víctor que reflexione sobre esto, que encuentre la clave de la escena, porque en MAS (y en el mundo) necesitamos talentos como el suyo”. Ha dicho; he dicho.



No sabíamos que el final de la noche nos depararía tanta sensualidad... Al menos eso es lo que yo sentí al ver cómo le han sentado a Judith Amaya el verano y su isla. Nuestra mariposa silvestre presentaba la última canción que había escrito, “How can I?” y yo no entendía nada... porque estaba prestando más atención a su vuelo que a la letra: la rockera que la vive desprendía sexo... Igual eran cosas mías, pero yo vi que Judith había crecido durante el tiempo que MAS había cerrado por vacaciones: ha vuelto más mujer y más artista. Con su segunda canción, “Chaos is what am I”, nos despedimos. Después todos fundimos a negro y MAS bajó el telón de una entrañable e intensa edición.



Antes de dar por terminado este trabajo, damos las gracias a AlfombraRoja Films por abordarnos a altas horas de la madrugada del jueves pasado para decirnos que habían tomado las preciosas fotografías que nos han cedido para ilustrar este resumen de lo sucedido en MAS (45).

Os espero en la siguiente crónica, la de este lunes 1 de octubre, en la que os citaré en MAS (47).

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