martes, 11 de octubre de 2011

Crónica de M. A. S. (4). 10/10/11

"Siempre me vienen sombras de algún canto / por el que sé que no me crees solo. [...] sombras de un canto ya casi corpóreo." Con el poema que abren y cierra estos versos, perteneciente a Don de la ebriedad, de Claudio Rodríguez, dio comienzo la velada de M.A.S (4). En la libreta donde apuntamos a los participantes de cada lunes, los nombres fueron tomando cuerpo a lo largo de la semana, porque, de algún modo, M.A.S. ocurre de lunes a lunes (y no de lunes en lunes), y se hace corpóreo en cada edición en el Savor. 

Pues bien, anoche en el cuaderno había una multitud de cuerpos... dieciocho, para ser más exactos, a los que se sumaron otros dos más, que nacieron, de forma espontánea, del calor de los otros... de los de los artistas y del público, "profesional" y numeroso.

El primer habitante del escenario fue Sofía Montero, quien nos presentó a uno de sus muñecos. A él dedicó su primer poema, "Chuli, chuli, chuli... chuli-chá". Después anotó que se iba a "poner seria", por eso del "rollo poético" y leyó un segundo poema; no era nuevo ni era la primera vez que lo leía, pero aclaró que ella tiene por costumbre repetir aquello que le gusta. Su compañera, casi inseparable, de este tipo de saraos, Luz Mercedes Orrego, le tomó el testigo para dibujarnos un pájaro de palabras, con la ayuda de los consejos poéticos que Jacques Prevert reúne en "Para hacer el retrato de un pájaro". Con la voz de Luz sobrevolando aún el "gallinero", salió a escena Luis Somoza, que casi se come el pájaro, además del escenario, con su poema "No había nada de amor". Avisó: "Voy a leer este poema porque ya no me quedan más cojones". Con la cita inicial el texto ("[...] hay gente que gasta cantidades ingentes de energía en ser normal") y con la puesta en escena, se convirtió, a juicio de muchos, en una de las mejores actuaciones de la noche (podéis haceros una idea aquí). A continuación, estrenó tablas Cándido Pérez, quien, a pesar de estar "desaprendiendo a hablar", hizo de nervios corazón para cantar, primero, una balada y, después, un tema que él mismo definió como "un poco más freak". Me empeñé en presentar a la siguiente en hacerse con el micrófono como Mariela, pero en realidad era Almudena Torres. Su texto, "Llévame más allá del cielo", dio un revés a mi cuaderno: apunté "romántico", después lo taché y encima escribí "¿erótico?". Tal vez no hubiera nada romántico ni nada erótico en frases como "Hacía tiempo que nada me hacía sentir viva, pero aquella noche todo encajó", en cuyo caso podría pensarse o que ella quería ser ambigua o que yo... en fin.

Guillermo Toda quería salir pronto al escenario porque la noche le empezaba a quemar las ganas... Así que, después de sus escalas habituales, tocó un tema clásico con una guitarra que sentía ajena y con la que, según apuntó, no consiguió llevarse bien del todo... algo que los demás sólo notamos porque él lo dijo. De Toda a Cries, que enmendó mi equivocación (y cabezonería) anterior al decir que, en realidad, ella era Mariela. Como carta de presentación en M.A.S. eligió un poema que escribió cuando tenía 15 años, cuando creía que el amor era "algo hermoso" que no nunca implicaba "frustración sexual". Adolescencia, dulce adolescencia... con la que continuó la noche, porque Ane González tomó el escenario, armada con su bolso y sus tacones, para recitarnos sus dos últimas composiciones, además de unos versos de Miriam Reyes que esa tarde la habían transportado a una canción. De ellos, salvé este: "entrégate a la esterilidad del fluido contenido" (el poema completo puede leerse aquí). Así llegamos al ecuador de la noche, con Guadalupe de la Cruz y Paula Campos, que cerraron la primera parte de M.A.S. con una versión a dos voces de la canción "Knockin' on heaven's door", de Bob Dylan.

A la vuelta del descanso, reanudamos la fiesta con (elíjase el término que más se prefiera, u otro alternativo...) el casi performance o la parafernalia (un lienzo, una guitarra, dos micrófonos, un atril, papeles, tropiezos...) de Richard: dos poemas inspirados en dos dibujos de Alfonso Pina y tres canciones ("Podré olvidar", "Otra vez el mar" y una más de la que en la anterior edición de M.A.S. olvidó parte de la letra; con este bis se quitó esa espinita). Salvador Méndez había consultado las claves de Google para hacer un buen monólogo: tema de interés general y actualidad. Así, él, con la templanza de los veteranos, vino a hablarnos de las mudanzas, en concreto de la primera de todas: el abandono del nido (estrategias maleteras de los padres, tupperware de las madres, novias con mucha ropa y poco más...). Redoble de tambor largo porque sube al escenario Emilio Papel para recitar con su ímpetu y su afeite característicos los rasgos del cuarto tipo de su Monografía heroica, "Héroe hispano bizarro"; su voz saldrá de los versos cuando los leáis en este enlace. El que ya se ha convertido en uno de los artistas habituales de M.A.S., esto es, Víctor Casado, aprovechó su intervención para leer un poema de creación propia con el que hizo una llamada de atención al bullying y reivindicó el derecho a un mejor sistema educativo. Después de esto, probó la guitarra, se quitó la camiseta, la tiro al público y "tocó" unos acordes de Nirvana a "grito pelao". A esta peculiar improvisación, siguió un chiste y prometió más, aunque eso ya será el siguiente lunes...  

... pero sí tuvimos más todavía. Ahora era la maestría de Rodrigo quien tomó la palabra con su poema "El telar" y la guitarra con (quiero recordar bien) "Leyenda", de Albéniz. De lo clásico a lo contemporáneo que revela el estilo de María de Miguel,  quien nos asomó a uno de sus libros leyéndonos dos poemas: seguridad y belleza en el escenario para recitar algunas "mentiras" cotidianas del hombre/ser humano. Tal vez más mentiras, las propias que nos creemos a ciertas edades, nos trajo Diego Palacios en su poema "de instituto" (sic): ¿por qué ella siempre elige al más imbécil de la clase?... todo un clásico. Se intuía ya el final de la noche, pero todavía nos faltaba el procaz Alfredo Rubbenstein. Antes de leer su drama La guerra de nuestros hijos, consiguió que las risas invadieran la sala con su preámbulo, unos "consejos comerciales" de los supuestos patrocinadores de su actuación... La nota final la pusieron José Luis Merchán y Judith Amaya, unos jóvenes pero prometedores músicos que están en plena formación de su grupo Siete Días y que aprovecharon la ocasión para probarse y probarnos. Lo hicieron al son de sus guitarras eléctricas con dos canciones: él cantó "Ciudad fantasmal"; ella, la balada "Melancólica", temas de tonalidad negra, sobre la soledad, la incomprensión, del extraño que nos habita...

La presentadora estaba diciendo que la velada ya había finalizado. Nada de nada. Un chico salió de entre el público para interrumpir la despedida y hacernos saber que él también quería cantar una canción. Lo hizo con una mujer; la canción, algo chirigotesca, un homenaje a esos "trabajadores de las esquinas" que son los camellos... Con ellos (que me indicaron que en esta crónica atenderían al seudónimo Maquiavélico) y con el público acompañándoles en el estribillo con varios "ay, ay, ay" llegamos, entonces sí, al final de esta larga (pero espléndida) cuarta edición de M.A.S. en el Savor... y con estas palabras, al punto y final de esta larga (sin más) crónica.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario